Cuarenta días después de la Navidad, la Iglesia celebra la fiesta de la Presentación del Señor, acontecimiento del que habla el evangelista Lucas en el capítulo 2. En Oriente, la celebración de esta fiesta se remonta al siglo IV, y desde el año 450 se denomina "Fiesta del Encuentro", porque Jesús "encuentra" el templo y sus sacerdotes, pero también a Simeón y Ana, figuras del pueblo de Dios. Hacia mediados del siglo V, la fiesta también se celebra en Roma. Con el tiempo, se añadió a esta fiesta la bendición de las velas, para recordar a Jesús "Luz de los Gentiles".
María y José fueron a Jerusalén para presentar al Niño Jesús y dedicarlo a Dios en el Templo. La devoción popular de los judíos contemporáneos sostenía que el Templo de Jerusalén era el lugar más importante del judaísmo, porque allí encontraba la presencia de Dios.
En el Templo fue donde Zacarías tuvo su visión del ángel que le anunció el nacimiento de Juan Bautista (Lucas 1,5-23) y donde el Niño Jesús conversaba con los maestros de la ley (Lucas 2,41-50). Más tarde, el Señor enseñó allí durante su ministerio en Jerusalén (Lucas 19,47 a 21,38), y fue allí a donde regresaban diariamente sus discípulos para alabar a Dios después de la resurrección del Señor (Lucas 24,53).
La Presentación del Niño Jesús en el Templo indica que los padres de Jesús eran judíos devotos, que veneraban la morada sagrada de Dios. Nosotros los cristianos tenemos un cierto parentesco con los judíos a través de Jesús, como lo expresaba el Beato Juan Pablo II, que decía que los judíos son nuestros hermanos mayores en la fe (Cruzando el umbral de la esperanza, página 108) y también veneramos la presencia de Dios en los tabernáculos de nuestras iglesias, porque en todo sagrario católico se encuentra Cristo sacramentado en la presencia real de su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad.
La Presentación de Jesús en el Templo es uno de los misterios gozosos del Santo Rosario, precisamente porque fue un acontecimiento muy importante en la vida del Señor y de la Virgen María, aquel momento en el cuald el Niño fue dedicado y consagrado a Dios.
Actualmente, Dios habita en el corazón de sus fieles a través del Espíritu Santo, pero también está presente en el tabernáculo de cada iglesia católica; por eso, no hace falta explicar por qué la Iglesia nos manda asistir a Misa el domingo y todas las veces que podamos, porque de la celebración del banquete eucarístico brotan todas las gracias que necesitamos para la salvación y santificación.
"Amado Señor, quiero encontrarme contigo en tu Templo santo, allí donde tu Presencia Eucarística se mantiene noche y día en el sagrario, y quiero recibirte con frecuencia para renovación e iluminación de mi alma."
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